La obra de Itúrbide premiada en Asturias

La fotógrafa mexicana Graciela Itúrbide ha sido galardonada con el prestigioso Premio Princesa de Asturias de las Artes, un reconocimiento que resalta su contribución a la fotografía y su profunda conexión con la cultura mexicana. Nacida en Ciudad de México en 1942, Itúrbide ha dedicado su vida a explorar y retratar la esencia de su país, fusionando la tradición surrealista con elementos contemporáneos.

La creación de Itúrbide ha sido crucial para realzar y hacer visible la cultura popular y rural de México. Mediante su cámara, ha inmortalizado el día a día de distintas comunidades, generando imágenes que no solo registran, sino que también inspiran emociones y meditaciones profundas. Su estilo, reconocido por su dominio del blanco y negro, fusiona lo documental con un toque poético, invitando a los observadores a explorar más allá de las apariencias.

Desde sus inicios, la trayectoria de Itúrbide ha estado marcada por un enfoque ético y humanista. Atraída inicialmente por la escritura, su vida tomó un giro significativo tras la pérdida de su hija, lo que la llevó a la fotografía como medio de expresión y sanación. Estudió en una escuela de fotografía en 1970, donde tuvo la influencia de un maestro que la enseñó la importancia de la paciencia y la observación. Esta filosofía se refleja en su trabajo, donde cada imagen es el resultado de una espera atenta, permitiendo que las escenas se desarrollen de manera natural.

Uno de los momentos más destacados de su carrera ocurrió en 1971, cuando Itúrbide viajó al interior de México, donde descubrió un mundo desconocido para ella, lleno de campesinos indígenas. Fue en esta experiencia donde comenzó su serie «Los que viven en la arena», que retrata a los seris, habitantes del desierto de Sonora. En esta serie, Itúrbide logró capturar la esencia de estas comunidades a través de fotografías que mezclan la realidad social con un toque de surrealismo, destacando su habilidad para narrar historias visuales.

Una de sus imágenes más emblemáticas, «Mujer ángel», muestra a una mujer vestida con un tradicional atuendo indígena en un paisaje lunar, simbolizando la conexión entre lo ancestral y lo moderno. Esta obra, junto con muchas otras, ha contribuido a su reconocimiento internacional y ha sido exhibida en varias ocasiones, incluyendo exposiciones en importantes instituciones culturales.

El impacto de su trabajo ha ido en aumento desde su primera exposición antológica en 2009, y su relevancia ha sido reafirmada con cada nueva muestra. Itúrbide no solo ha sido una pionera en la fotografía, sino que también ha sido una voz activa en la lucha por los derechos de las mujeres y ha explorado temas de identidad y feminismo a lo largo de su carrera. Su serie sobre las mujeres de Juchitán, una comunidad zapoteca, es un claro ejemplo de cómo ha desafiado estereotipos y ha resaltado la fuerza de las mujeres en contextos matriarcales.

El arte fotográfico de Itúrbide va más allá de lo meramente visual; cada foto está cargada de significado y simbolismo, invitando a una reflexión interna. Su obra se ha caracterizado como una travesía emocional que captura no solo lo que observa, sino también lo que experimenta. Con cada disparo de su cámara, pretende narrar historias que perduren en la memoria común, estableciendo un enlace entre el pasado y el presente.

Con el galardón Princesa de Asturias, Itúrbide se transforma en la primera mujer de México en obtener este homenaje, una distinción a su dedicación al arte y la cultura. Su trabajo ha sido esencial para crear oportunidades en el ámbito de la fotografía, motivando a las próximas generaciones de creadores a investigar su propia identidad y su entorno.

Graciela Itúrbide ha influido no solo en el campo del arte, sino que también ha jugado un papel importante en la apreciación de la cultura mexicana a nivel global. Su perspectiva singular y habilidad para captar la esencia humana siguen teniendo un impacto, haciéndola fundamental en la historia de la fotografía actual. Su herencia persiste, inspirando a otros a observar el mundo por medio de una cámara que encuentra la belleza tanto en lo habitual como en lo excepcional.